Bajo el microscopio
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Trasplante de útero: ¿es la solución o puede ser un problema?
España es líder mundial en donación de órganos y ahora ha dado un paso más al realizar esta intervención, en la que una mujer ha cedido su matriz a su hermana. El fin último es concebir un hijo. ¿Merece la pena asumir los riesgos?
En estos días se ha hecho público el primer trasplante de útero realizado en España en el Hospital Clínic de Barcelona el pasado 5 de octubre. En realidad, la noticia habría debido producirse tras la consecución de un embarazo a término en la receptora, ya que este es el objetivo final, pero algo tan mediático como esta intervención tiene complicado mantenerse en secreto tanto tiempo. La pregunta que ahora se pueden estar haciendo no pocas mujeres sin posibilidad de tener hijos, y por descontado sus parejas, es si el trasplante de útero va a convertirse en un procedimiento más o menos habitual de tratamiento en determinados tipos de infertilidad y, por tanto, si van a tener acceso al mismo.
El primer trasplante de útero se hizo en 2000 y se han llevado a cabo 10 intentos fallidos. No es técnicamente sencillo
Vayamos por partes: una de cada 5.000 mujeres nace sin útero, aunque con ovarios, morfología y perfiles hormonales femeninos normales. Esta anomalía congénita, denominada síndrome de Mayer-Rokitansky, conlleva obviamente la imposibilidad de quedarse embarazada y lo mismo pasa con otras enfermedades que conducen a la extirpación del útero en edad fértil. O al menos eso ocurría hasta ahora.
Cambio decisivo para el éxito
La idea de trasplantar un útero tuvo un extraño comienzo en el año 2000, en un país como Arabia Saudí, que no destaca precisamente por su tendencia a la innovación. El trasplante realizado con un útero extirpado por motivos médicos a otra mujer acabó en trombosis y extirpación del órgano trasplantado. Un segundo intento con útero de donante fallecida, realizado en Turquía, finalizó en aborto a las pocas semanas de gestación, y así siguieron que se sepan hasta 10 intentos fallidos en países como EEUU y la República Checa. No es técnicamente fácil.
La perspectiva cambió cuando el ginecólogo sueco Mats Brannström decide trasplantar úteros de donantes vivas, habitualmente las madres de las pacientes o amigas de las mismas (hay incluso un caso de gemelas). Para minimizar el riesgo de que un fallo inicial diera al traste con el programa experimental, en lugar de hacer un solo caso comenzó con 9 mujeres. Con ello consiguieron que, pese a tener que extirpar dos de los úteros trasplantados, finalmente en 2014 naciera el primer niño.
Hasta el momento se han producido en el mundo unas 70 intervenciones de este tipo con viabilidad del útero (y un número no bien determinado de fracasos porque estos no suelen publicitarse), con no más de 20 niños nacidos de estas madres trasplantadas. Salta a la vista que el proceso es complicado y, como veremos, no exento de riesgos significativos. Ni mucho menos es un camino de rosas ni algo que tenga por ahora visos de 'vulgarizarse'.
Un camino largo y difícil
Tanto si el útero procede de una donante viva como de una donante fallecida se complementa lógicamente con técnicas de reproducción asistida. Para el proceso en su conjunto, se plantean varios problemas y no pequeños. La receptora tiene que ser sometida a la intervención quirúrgica del trasplante (como se ve, difícil), a la que se suma la extirpación del órgano al finalizar el o los embarazos (pues de otra forma habría que seguir indefinidamente con el tratamiento antirrechazo) y la casi obligada cesárea. A ello se añade el tratamiento con inmunosupresores para combatir el rechazo, mantenido durante un periodo prolongado (hay que esperar algunos meses tras el trasplante y además tiene que funcionar la reproducción asistida). Estos medicamentos conllevan efectos tóxicos justificados en los casos de órganos vitales, pero discutibles cuando el objetivo es la gestación de un bebé que también podría verse afectado por estos fármacos, aunque el riesgo por lo que se conoce de otros trasplantes es bajo.
En este caso se trataba de dos hermanas, la menor con el síndrome de Mayer-Rokitansky, y la mayor (la donante) aún en edad fértil, con un embarazo previo y en principio sin deseos de más descendencia. En este caso cabe la duda de si no hubiera sido más sencillo recurrir a una gestación subrogada entre las dos hermanas (no autorizada en España) en cualquiera de los países donde este procedimiento es legal, sobre todo tratándose de una relación familiar en la que la voluntariedad está más que acreditada.
El momento elegido, en plena segunda ola de la pandemia con los consiguientes riesgos que ello acarrea y una presión hospitalaria muy elevada, y además sin esperar al preceptivo informe de la Comisión de Trasplantes del Consejo Interterritorial en todo trasplante experimental, tampoco parece el más adecuado.
Encendido debate
Como se ve, es un tema complejo cuyas dificultades, además de técnicas, son de índole ética y práctica al conllevar riesgos difícilmente justificables en ausencia de una enfermedad grave tratable mediante el trasplante. El comité de bioética de la ONT, presidido por el profesor Diego Gracia, recomendó ya en 2016 que se recurriera a la donación de personas fallecidas con el fin de evitar al menos los riesgos para la donante viva que supone la intervención. A todo ello hay que unir un coste cifrado en 100.000 €, que para un tratamiento de estas características no parece un tema menor.
Lo que sí está claro es que se trata de un asunto que levanta grandes pasiones y que, ya hace unos años aún sin plantearse ningún caso concreto en nuestro país, las meras declaraciones de que podría realizarse por parte de un cirujano español miembro del equipo sueco que llevó a cabo los trasplantes motivaron un aluvión de consultas para someterse a este tratamiento, que estoy seguro se repetirá ahora de nuevo tanto a ginecólogos como a trasplantadores. Con estas intervenciones se abren ventanas complicadas, pero que están ahí y habrá que abordar siempre buscando el equilibrio entre el deseo de ser madre (que podría plantearse igualmente para personas transgénero) y los riesgos que supone este complejo procedimiento.
En todo caso, lo importante ahora es que la receptora pueda quedarse embarazada y llegue a concebir un hijo sano. Solo entonces se podrá valorar si este proceso tan complicado le ha merecido la pena.
En estos días se ha hecho público el primer trasplante de útero realizado en España en el Hospital Clínic de Barcelona el pasado 5 de octubre. En realidad, la noticia habría debido producirse tras la consecución de un embarazo a término en la receptora, ya que este es el objetivo final, pero algo tan mediático como esta intervención tiene complicado mantenerse en secreto tanto tiempo. La pregunta que ahora se pueden estar haciendo no pocas mujeres sin posibilidad de tener hijos, y por descontado sus parejas, es si el trasplante de útero va a convertirse en un procedimiento más o menos habitual de tratamiento en determinados tipos de infertilidad y, por tanto, si van a tener acceso al mismo.