Bajo el microscopio
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¿Por qué no puedo saber quién es mi donante?
Siempre existe la incógnita inevitable que persigue al receptor y a sus familiares. Sin embargo, a diferencia de en EE. UU, en nuestro modelo altruista y no discriminatorio dentro de un sistema público y universal el anonimato funciona
Esta es una de las preguntas más frecuentes de los pacientes trasplantados y sus familiares. Hay que admitir que existe una legítima curiosidad por conocer la identidad de una persona que te ha salvado la vida, donándote un corazón, un riñón o cualquier otro órgano, tras su fallecimiento.
"Recuerdo hace algunos años el vídeo de una madre auscultando el corazón de su hijo fallecido que latía en otra persona"
El tema sale a la luz periódicamente, casi siempre tras la aparición de alguna noticia procedente de Estados Unidos, donde los contactos con la familia del donante fallecido son perfectamente legales y socialmente admitidos. Son frecuentes las imágenes emotivas de trasplantados dando las gracias a la familia o a la inversa, de familias de donantes conociendo el destino de los órganos de su hijo, su marido o cualquier otro allegado. Recuerdo hace algunos años el video de una madre de Carolina del Norte auscultando el corazón de su hijo fallecido que latía en el pecho de otra persona. Todo muy impactante.
Viejo dilema
Se trata de un viejo dilema: ¿pueden o deben los receptores de trasplantes saber quién fue su donante y contactar o no con los familiares del mismo? Dos culturas opuestas: la norteamericana sin problemas para que ello suceda y la europea en general en la que el conocimiento del donante de órganos, tejidos o médula, está legalmente prohibido y aunque no es excepcional que se produzca, no se puede o se debe difundir públicamente.
La ley que rige los principios de la donación y el trasplante en España data de 1979, luego desarrollada a lo largo de sus 41 años de vigencia por varios decretos que han ido regulando este importante tema. Es una buena ley que nadie ha planteado seriamente cambiar en todo este tiempo, y en ella se establece claramente la garantía del anonimato del donante. No conozco los entresijos que llevaron a tomar esta decisión porque la ONT echó a andar 10 años después, en 1989, tras la desidia administrativa de sucesivos gobiernos. Probablemente recogió la tradición de lo que ya se hacía en los hospitales españoles y la ley francesa de 1976 que inspiró en gran medida la nuestra.
'Buen samaritano'
Tan entusiastas fueron los legisladores en este asunto o tan poco repasaron los textos finales que el principio del anonimato afecta tanto a la donación de persona fallecida como al donante vivo en general, con lo que tomada al pie de la letra (cosa que obviamente no se hace por mera “reductio ad absurdum”), prohibiría que alguien que donara un riñón, un fragmento de hígado o una médula a su hijo o su hermano le conociera y lo mismo entre cualquier tipo de donación entre vivos si exceptuamos el caso del “buen samaritano” en que por definición se dona a un desconocido o en la donación cruzada en que el riñón se intercambia con una pareja desconocida con el obligado control judicial del proceso.
"El anonimato ha funcionado y no parece haber motivo alguno para cambiarlo. Aunque se pierdan historias emotivas"
Ante un caso tan mediático como el que hacíamos mención antes, los españoles entrevistados declaran mayoritariamente que ellos también querrían conocer a su donante, y es lógico y humano que así sea. Sin embargo, mantener el anonimato no solo es un imperativo legal en la mayoría de los países de nuestro entorno, sino que yo diría que entra dentro del sentido común y hasta de la higiene mental. En los inicios de los trasplantes renales desde los sesenta a los ochenta en que los intercambios de órganos eran limitados, la familia del donante y las de los receptores con frecuencia se acababan encontrando en la sala de espera del mismo hospital. No tenía sentido establecer controles seudopoliciales para evitar filtraciones, aunque es deber del médico no facilitarlas de ningún modo.
El temido fracaso
Al principio de los encuentros todo suele ir bien. La familia del donante encuentra un consuelo y las de los receptores están lógicamente agradecidas. Pero no es infrecuente, y tuve ocasión de comprobarlo en su día durante mis primeros años de nefrólogo clínico, que pasado algún tiempo estas relaciones se tornen viciadas, a veces con chantaje emocional o no tan emocional hasta convertirse en una pesadilla. Obviamente no tiene por qué ser siempre así, pero es curioso que en estas “historias americanas” nunca sepamos qué ocurre a largo plazo: son noticias sin seguimiento como tantas otras.
Igual que los otros pilares de nuestro modelo como el altruismo o la no discriminación dentro de un sistema público y universal, el anonimato ha funcionado a la perfección y no parece haber motivo alguno para cambiarlo. Aunque se pierdan historias emotivas.
Esta es una de las preguntas más frecuentes de los pacientes trasplantados y sus familiares. Hay que admitir que existe una legítima curiosidad por conocer la identidad de una persona que te ha salvado la vida, donándote un corazón, un riñón o cualquier otro órgano, tras su fallecimiento.