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El coronavirus revela el verdadero valor de la medicina y la sanidad
  1. Bajo el microscopio
Dr. Rafael Matesanz

Bajo el microscopio

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El coronavirus revela el verdadero valor de la medicina y la sanidad

Nuestra sanidad universal, de un nivel técnico homologable al de cualquier país desarrollado y financiada con impuestos, tiene carencias pero ha demostrado la brecha entre vivir o morir

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Disponemos en España de una sanidad de cobertura universal, de un nivel técnico perfectamente homologable al de cualquier país desarrollado, financiada mediante impuestos y de la que no pocas veces nos quejamos con razón o sin ella. No es la mejor del mundo, como imprudentemente afirmaron algunos políticos en su día, pero en modo alguno es extrapolable a todos los países de los cinco continentes sino tan solo a una selecta minoría, y tampoco ha estado ahí desde hace mucho tiempo: es un logro relativamente reciente.

Merece la pena hacer un sencillo ejercicio mental, para el que solo hace falta ahondar un poco en nuestros recuerdos, aunque, eso sí, con rigor y espíritu crítico. Piensen por un momento cuántas veces usted o cualquiera de su familia o de su entorno ha salvado la vida gracias a la medicina, al sistema sanitario en general.

"Nuestra sanidad marca las diferencias entre vivir o morir; no hay más que ver los casos de covid dados de alta tras largos periodos en UCI"

No me refiero a situaciones obvias como una parada cardiaca resuelta tras reanimación cardiorrespiratoria, un trasplante de un órgano vital o un infarto de miocardio solucionado tras estancia en la unidad coronaria y aplicación de la más moderna tecnología.

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En estos casos es evidente que nuestro sistema sanitario marca las diferencias entre vivir o morir, y no hay más que ver en estos días los casos de covid dados de alta tras largos periodos de ingreso en UCI y compararlo con lo que vemos en la India o en algunos países de América Latina.

Progreso científico

El ejercicio mental que planteo es pensar cuántas veces a lo largo de nuestra vida, un proceso que hoy consideramos banal gracias al progreso científico habría acabado con nuestra vida. Los ejemplos son muchos: una simple apendicitis (el antiguo cólico miserere) sin tratamiento adecuado podría haber acabado con la vida de miles de personas que, sin embargo, hoy a duras penas recuerdan que les tuvieron que intervenir y les dejaron una pequeña cicatriz de recuerdo. Lo mismo cabe decir de aquella neumonía, quizás en la infancia, quizás en la edad adulta, resuelta sin problemas con antibióticos pero que sin ellos podría haber sido mortal. Esa úlcera de duodeno que con protectores gástricos apenas si molesta podría haber acabado en una hemorragia digestiva de funestas consecuencias.

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Patricia Matey Fotografía: Carmen Castellón

Cualquier intervención quirúrgica, hoy rutinaria, solo es posible gracias a quienes desarrollaron la anestesia. Los partos conllevaban una elevadísima mortalidad de la madre y del niño hasta convertirlos en una verdadera aventura. No hablemos ya de enfermedades desastrosas como la viruela o la poliomielitis, erradicadas gracias a las vacunas u otras muchas infecciones hoy controlables gracias a los antibióticos, pero antes mortales en la mayoría de los casos.

Medicina preventiva

Con estas premisas y un ejercicio adecuado de memoria (que puede no ser fácil, ya que ni siquiera les dimos importancia), es más que probable que en un grupo de personas adultas, la mayoría de ellas hayamos pasado por uno o varios episodios médicos que nos podrían haber costado la vida en otras épocas o en otros países. A ello habría que unir aquellas enfermedades evitadas gracias a la higiene, las vacunas, la medicina preventiva en general y de las que ni siquiera nos hemos enterado.

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El dato numérico que concreta lo que estamos comentando es la esperanza de vida. A lo largo de la historia de la Humanidad y durante muchos siglos, la esperanza media de vida no superaba los 30-35 años, aunque se conocen desde que hay constancia bastantes casos puntuales de personas centenarias. Solo en el siglo XX crece esta cifra de forma espectacular gracias fundamentalmente a las mejoras en la salubridad e higiene, vacunas y antibióticos. Todavía en 1955 la esperanza de vida media en el mundo era de 45 años, cifra que ascendió a 72 años en 2016, algo sin precedentes en la historia de la humanidad, aunque se prevé que pueda descender hasta un par de años en algunas zonas como consecuencia del covid-19.

Las desigualdades de infraestructura y acceso a la sanidad marcan unas diferencias abismales en el mundo que van desde alrededor de 52 años en varios países africanos como Sierra Leona, Lesoto o República Centroafricana a los más de 80 en la mayoría de los países desarrollados encabezados por Japón con 84,2 años, más de 30 años de diferencia.

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Foto: Unsplash/@kellysikema.

Nuestro país es un ejemplo de cómo el desarrollo de un sistema sanitario eficiente a lo largo de los últimos 40 años ha conseguido logros tan importantes como reducir a la cuarta parte la mortalidad infantil, a la mitad la mortalidad ajustada por edad y, en suma, aumentar en 10 años la esperanza de vida hasta situarla entre las primeras del mundo (84 años en 2019, con descenso a 82,4 en 2020 por la pandemia).

Decididamente es mucho lo que tenemos que agradecer a la medicina y a quienes la hacen posible (médicos, enfermería, personal sanitario...), a quienes concibieron y gestionaron nuestro sistema nacional de salud... y, por supuesto, a quienes contribuyen a financiarlo pagando religiosamente sus impuestos.

Disponemos en España de una sanidad de cobertura universal, de un nivel técnico perfectamente homologable al de cualquier país desarrollado, financiada mediante impuestos y de la que no pocas veces nos quejamos con razón o sin ella. No es la mejor del mundo, como imprudentemente afirmaron algunos políticos en su día, pero en modo alguno es extrapolable a todos los países de los cinco continentes sino tan solo a una selecta minoría, y tampoco ha estado ahí desde hace mucho tiempo: es un logro relativamente reciente.

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