Bajo el microscopio
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El lío de la vacuna AstraZeneca (polémica sin lógica)
Quizá por deformación profesional, siempre me ha molestado que se intenten argumentar determinadas conductas sin explicación lógica ni sensata, sobre la base de supuestas razones médicas que en realidad no son tales
Lo acontecido con la vacuna de AstraZeneca es una perfecta muestra de este fenómeno. Como cualquier fármaco aprobado por la Agencia Europea del Medicamento (EMA), esta vacuna y las otras 3 actualmente habilitadas para la Unión Europea (Pfizer, Moderna y Jansen) han probado su eficacia y seguridad en ensayos clínicos realizados con miles de voluntarios. Aun con características distintas, mostraron durante el periodo de prueba su eficacia en cuanto a la reducción de los ingresos hospitalarios, mortalidad e incluso capacidad de la transmisión del coronavirus.
"La conclusión: esta vacuna ha evitado miles de muertes a lo largo de estos meses y a cambio tiene unos efectos secundarios limitados"
Además, a estas alturas de la pandemia acumulan ya una experiencia adicional de millones de personas vacunadas que han permitido analizar muy ampliamente los efectos secundarios, y determinar su frecuencia previsible, solo que en este caso un proceso que suele durar años se ha cubierto en pocos meses con éxito ante la necesidad imperiosa de frenar al virus. En el caso de la AstraZeneca o 'vacuna de Oxford', el ejemplo más claro es lo ocurrido en el Reino Unido, donde se desarrolló la vacuna y donde asienta y produce buena parte del producto de esta multinacional anglo-sueca.
Tras la vacuna
A finales de 2020 y tras una gestión errática de la pandemia, en dicho país se habían registrado más de 2 millones de infecciones y de 70.000 muertes, llegando a superar en un solo día los 50.000 casos y 1.000 fallecidos.
Cinco meses después tras la vacunación masiva, con al menos una dosis de 39 millones de ciudadanos, la incidencia, hospitalizaciones e ingresos en UCI han caído en picado, y ya el 1 de junio no se ha registrado ningún fallecimiento por covid. En este periodo, AstraZeneca fue la vacuna predominante con 38 millones de dosis (entre primeras y segundas) y gracias a la tradicional seriedad sanitaria británica conocemos perfectamente la incidencia de efectos secundarios en su población. Se registraron 13,6 casos de trombosis de mayor o menor gravedad tras la primera dosis y 10 veces menos (1,3 por millón de dosis tras la segunda).
La mortalidad en todos los registros se sitúa por debajo del 1 por millón de vacunados. La conclusión es muy clara: esta vacuna ha evitado muchos miles de muertes a lo largo de estos meses y a cambio tiene unos efectos secundarios cuantitativamente limitados: una muy buena relación riesgo/beneficio clínico.
Objetivo razonable
Evidentemente cada fallecimiento es una tragedia, pero si algo ha quedado claro en los últimos meses ha sido el éxito de los países que más rápido han vacunado a su población (Israel, EEUU y Reino Unido) en el control de la pandemia y por tanto en evitar muchos miles de muertes. En estas condiciones no puede haber más que un objetivo sanitario razonable: vacunar, vacunar y vacunar a cuanta más gente mejor, en el menor tiempo posible y con todas las vacunas eficaces disponibles.
Frente a esta evidencia, la reacción a los primeros casos de trombosis presuntamente relacionados con esta vacuna en España fue suspender su administración sine die, retrasando así la vacunación de los colectivos a los que se estaba aplicando y dejando sin su segunda dosis a todos los que habían recibido la primera, mientras al menos dos millones de vacunas de esta marca reposaban en los depósitos de las comunidades. Hubo que esperar bastantes semanas, primero hasta que la Agencia Europea del Medicamento ratificó la seguridad de la vacuna y después, no se sabe muy bien por qué, hasta finalizar un improvisado estudio del Instituto Carlos III con un número muy limitado de casos y un diseño más que discutible.
En él se vio que no había contraindicación aparente para combinar vacunas (lo que ya se sabía), con lo que el Ministerio decidió que la segunda dosis debía ser de Pfizer o Moderna. Como única salida a las protestas generadas, y tras una insólita consulta al Comité de Bioética de España, se dejó la opción de usar AstraZeneca para la segunda dosis solo si el vacunado firmaba un consentimiento informado, una forma de decirle que si se empeña en vacunarse con este producto 'allá usted'.
Los ciudadanos respaldan
Como era de esperar, fueron varias las comunidades que optaron por seguir utilizándola, basándose en la ficha técnica de la vacuna avalada por las Agencias Europea y Española del Medicamento y que para nada contraindica su uso. En los casos donde se ha dado a elegir la marca a emplear para la segunda dosis, el veredicto de la ciudadanía ha sido incontrovertible: más del 90% ha elegido AstraZeneca. Un termómetro de la confianza que inspira el Ministerio de Sanidad.
La forma en que se ha vilipendiado esta vacuna desde el Gobierno central tiene pocos precedentes con ningún fármaco en nuestro país. Es difícil no pensar que la desastrosa política de la compañía incumpliendo las entregas previstas a la Unión Europea en favor del Reino Unido o terceros países, como los Emiratos Árabes, está en la base de todo este sinsentido y que las incógnitas en cuanto al suministro futuro y los litigios legales han inclinado definitivamente las preferencias de la UE hacia Pfizer o Moderna.
Todo ello se podría explicar y se podría entender, pero desde luego no es aceptable utilizar razones seudocientíficas para explicar situaciones que tienen todo el aspecto de una guerra comercial. Y mucho menos meter el miedo en el cuerpo y trasladar al ciudadano la responsabilidad de decidir si se atreve a vacunarse con un medicamento que goza de todas las bendiciones legales y científicas de las agencias internacionales. Simplemente no es serio.
Lo acontecido con la vacuna de AstraZeneca es una perfecta muestra de este fenómeno. Como cualquier fármaco aprobado por la Agencia Europea del Medicamento (EMA), esta vacuna y las otras 3 actualmente habilitadas para la Unión Europea (Pfizer, Moderna y Jansen) han probado su eficacia y seguridad en ensayos clínicos realizados con miles de voluntarios. Aun con características distintas, mostraron durante el periodo de prueba su eficacia en cuanto a la reducción de los ingresos hospitalarios, mortalidad e incluso capacidad de la transmisión del coronavirus.
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