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¿Quién es el responsable de que comamos mal?
  1. No hay que comer de todo
Lucía Martínez

No hay que comer de todo

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¿Quién es el responsable de que comamos mal?

Se suele apuntar a dos culpables: la industria alimentaria y la publicidad. Las causas, sin embargo, pueden ir más allá

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

Decía Aitor Sánchez en su última charla TED que quizá todo lo que sabes sobre nutrición podría ser mentira. O a lo mejor es que preferimos creernos las mentiras e ignorar verdades evidentes.

Comemos mal, es un hecho. No hay más que ver las encuestas nacionales de ingesta dietética (ENIDE), o los datos que arrojan estudios como el ANIBES sobre nuestro consumo de alimentos. O ponerse a valorar la evolución de las tasas de obesidad o de prevalencia de enfermedades como la diabetes, la hipertensión o las dislipemias. Todas ellas muy vinculadas al estilo de vida.

"Nos han repetido eslóganes tantas veces, y desde batas tan blancas, que cuesta que a nivel general nos los replanteemos"

Y ante este panorama, es habitual ponerse a buscar culpables. La publicidad y la gran industria alimentaria suelen ser de las primeras en sentarse en el banquillo de los acusados. Y con razón.

No seré yo quien les quite responsabilidad a las tretas de marketing de los lobbies de alimentación, ni quien desprecie su papel en conducir las políticas gubernamentales en materia de nutrición y salud, ni voy a caer en el falso argumento del liberalismo ni a negar el ambiente obesogénico en el que estamos inmersos. Para nada. No somos libres, actuamos (y consumimos) en base a montones de condicionantes sociales y culturales. Y tomamos decisiones de compra sin tener toda la información, porque los que tienen más poder para ofrecerla y más alcance, los grandes grupos de medios de comunicación, nos dan la que les interesa, que suele ser la que conviene al que mejor les paga.

Y ante eso no podemos argüir que tenemos libertad para escoger, no hay libertad de elección en ausencia de criterio y con información sesgada e incompleta.

“Pues te estás contradiciendo con tu primer párrafo”, estáis pensando algunos. Pues no, listos. Dejadme que me explique.

Es verdad que es difícil para la población general sin formación específica en nutrición distinguir la veracidad de algunos mensajes. Especialmente si los lanzan asociaciones médicas o instituciones gubernamentales.

Afirmaciones como “una copita de vino es buena para el corazón”, “la carne es necesaria”, “los lácteos son imprescindibles” o “el bebé tiene que tomar papilla de ocho cereales” son difíciles de identificar como falsas. Y sí, las cuatro son falsas, ¿no os habéis visto la charla TED de arriba? Pero nos las han repetido tantas veces, y desde batas tan blancas, que cuesta un triunfo conseguir que a nivel general nos las replanteemos. Son como esas aplicaciones del móvil instaladas por defecto y que no puedes borrar.

placeholder A veces podemos creernos cualquier mito alimentario. (iStock)
A veces podemos creernos cualquier mito alimentario. (iStock)

Ahora bien, hay cosas con las que ya no soy tan comprensiva con que nos las creamos así en masa. Por ejemplo, ¿por qué se convierte en best seller un libro cuya autora dice públicamente que una de sus cinco reglas innegociables es “no tomar hidratos de carbono solos, y deben ir acompañados siempre de proteína. El hidrato de carbono, recordemos, es todo lo que nace de la tierra: la verdura, arroz, la pasta, verdura y fruta. La proteína es todo todo lo que corre, salta, vuela o nada...”.

De verdad, creo que cualquiera que haya cursado Conocimiento del Medio (Naturales, para los de mi quinta) y tenga una neurona de guardia debería reírse de afirmaciones de ese tipo. Y no pasa.

No voy a entrar en la valoración que puede hacer de las prioridades divulgativas en salud pública alguien que alerta sobre comer fruta 'sola' como regla principal e innegociable. Ni tampoco sobre quien con un título de química en el bolsillo desconoce al parecer la existencia de las proteínas de origen vegetal. Pero me gustaría que entrarais vosotros, en la intimidad de vuestro pensamiento, que esto es un post público y tengo que mantener la corrección política.

Es un ejemplo, pero por supuesto tenemos muchos más. No sé, ¿de verdad nadie se plantea por qué ahora es imprescindible que los bebés tomen yogures elaborados con leche de continuación (y azúcar)? Si eso es necesario, ¿cómo llegó la humanidad hasta el año 2000? ¿Cómo es posible que se mire con más suspicacia a quien dice que ese 'primer yogur' es una treta de marketing más y no a quien lo anuncia y se lucra con su venta? No sé, pensadlo.

A mí me preocupa que la masa no sea crítica con mensajes de este tipo. Y, la verdad, me cuesta echarle toda la culpa al ambiente, son demasiados balones fuera.

placeholder Parece haber una obligación de dar leche de continuación a nuestros hijos. (iStock)
Parece haber una obligación de dar leche de continuación a nuestros hijos. (iStock)

Quien más quien menos tiene la ligera idea de que las verduras y las frutas son saludables, pero parece mucho más atractivo convencerse de que esas galletas integrales con chips de chocolate son mejores que merendar un plátano.

Diría que en nuestro interior también sabemos todos que los dulces no son precisamente el adalid de una dieta sana, pero los niños se comen tan bien los bollycaos… que me voy a creer lo que pone el paquete sobre el hierro y el calcio que tienen y sentir así mi decisión justificada.

"No está de más pedir sentido común a la hora de prestar oídos a mensajes publicitarios o directamente creer en la magia"

Es bastante probable que todos sepamos también que hay que hacer ejercicio, pero parece menos cansado tomarse un elixir de salud en forma de suplemento. Los venden a montones, algunos hasta tienen vitaminas.

No sé, ¿no suena un poco a autoengañarse?

Y sí, algunos de los que andamos por las redes y los medios hablando de alimentación y salud, nos pasamos la vida combatiendo patrañas nutricionales y sacándole los colores a la 'big food', y es extremadamente necesario seguir haciéndolo a la vez que damos recursos a la población para que no se deje engañar y sea capaz de hacer buenas elecciones de alimentos, con sentido crítico y con responsabilidad. Pero tampoco está de más pedir un poco de sentido común colectivo a la hora de prestar oídos a mensajes publicitarios o a afirmaciones claramente inciertas o directamente creer en la magia.

No os pido que sepáis argumentar por qué podemos no comer lácteos, solo quiero que os salte una alarma cuando alguien afirma que comer una zanahoria sola está mal, o cuando os venden productos imprescindibles… que no existían hace seis meses.

Decía Aitor Sánchez en su última charla TED que quizá todo lo que sabes sobre nutrición podría ser mentira. O a lo mejor es que preferimos creernos las mentiras e ignorar verdades evidentes.

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