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En el deseo, la seducción es la que manda
  1. Tener perspectiva
Dr. Enrique Rojas

Tener perspectiva

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En el deseo, la seducción es la que manda

Parece que la inteligencia y la afectividad estén siempre a la gresca. Es como si no fuera fácil que se llevaran bien. Lo que una clarifica, la otra torna en confusión

Foto: Foto: Unsplash/@avasol.
Foto: Unsplash/@avasol.

El hombre clásico es aquel que describe la corriente de un río desde fuera. Hay una cierta distancia entre el sujeto y aquello que se pretende estudiar. Esa distancia hace que la observación del río sea más objetiva, más fría y desapasionada. Aquí se gana en imparcialidad, pero se pierde en cuanto al calor de la vivencia.

El hombre clásico busca la armonía entre la forma y el contenido, entre lo exterior y lo interior. Para el arte clásico, la forma ideal de expresión es la figura humana, mientras que en el arte romántico la belleza es siempre interior, subjetiva, íntima, temperamental, hecha de vivencias grandiosas y dramáticas, de contrastes extremistas que persiguen reconciliarse.

Hoy he querido hacer una segunda parte de mi post anterior. El corazón se pilota por la inteligencia y se acompaña de cultura que podéis leer en la noticia relacionada que os pongo a continuación.

Entre el clásico y el romántico

Lo clásico se acerca a lo apolíneo y lo romántico se entronca con lo dionisiaco. Lo apolíneo cultiva la medida, el equilibrio, la serenidad, la armonía. Lo dionisiaco pretende la vida sin límites, exaltando los estados interiores para alcanzar los últimos recovecos de ser humano, en un entusiasmo rotundo por vivir y experimentar, por conocer y ahondar, sea como sea, cueste lo que cueste; estaría simbolizado por el desafío y la rebelión contra lo establecido, en una especie de protesta universal y genérica.

Foto: Foto: Unsplash/@freestocks. Opinión


La persona romántica tiende más a lo último y lo nuevo, lo que está recién llegado. El clásico va más a lo de siempre, a lo que ya es conocido, a lo menos novedoso. Ambos tienen su parte positiva, mientras el romántico oscila entre el vaivén de la moda y de lo efímero, el clásico gira en torno a lo tradicional y permanente. Frente a la idolatría del presente y al ser autodidacta, se opone la concepción centrada en el pasado y en el presente, apoyada por la figura del maestro como ejemplo vivo y modelo a seguir.

Contemplar desde la distancia adecuada

Lo importante en la vida es contemplar la realidad desde la distancia adecuada. Como al personaje de 'La cartuja de Parma' de Stendhal, Fabrizio del Dongo, que fue movilizado y participó en la batalla de Waterloo y no se enteró de dónde estaba. No se trata tan solo de saber quién soy, sino dónde estoy. Lejanía y proximidad. Encontrar la distancia justa para observarnos, poniendo entre paréntesis todo lo que hace ruido y estorba. Para mí, la mejor fórmula es una ecuación entre lo romántico y lo clásico. La excesiva cercanía hace que el contacto sea más inmediato, pero al aislar y separarnos del objeto que estudiamos, ganamos en perspectiva. El arte de la vida consiste en encontrar la distancia justa, saber colocarnos a una cierta medida. Igual que cuando nos acercamos mucho a los cuadros de Goya, solo vemos los chafarrinones de su pintura, pero no captamos la excelencia del contenido de la tela.

placeholder Monumento a Napoleón. (iStock)
Monumento a Napoleón. (iStock)


Ortega habló del perspectivismo. El neurótico confunde la realidad con el deseo. El hombre maduro se sitúa en una posición justa, que le sirve de observatorio, sin la presión de lo que está encima y sin la frialdad de lo que flota en una lejanía geográfica desdibujada y etérea.

Artesanía de la mirada. Corazón y cabeza a la vez. Equilibrio entre los sentimientos y la razón. Por ahí situaría yo el amor inteligente, hecho, tejido, hilvanado y vertebrado de una relación armónica entre el espíritu de Stendhal y Descartes. Ser apasionado y argumental, vivir intensamente y buscar lo permanente.

Parece que la inteligencia y la afectividad estén siempre a la gresca. Es como si no fuera fácil que se llevaran bien. Lo que una clarifica, la otra torna en confusión. Lo cierto es que ir alcanzando una proporción adecuada entre ellas es una labor de filigrana. Lo que la inteligencia despierta, la afectividad parece que aletarga y entumece. Hay un bamboleo entre la vigilia y la somnolencia. El deseo busca la posesión cercana de algo, que se pone en movimiento sobre la marcha y tiene como motor el impulso de posesión; esa es su dinámica. El querer aspira a un objetivo remoto, que quiere un plan concreto, bien diseñado y con la voluntad como motor; esta es su travesía. Desear y querer son una moneda con dos caras.

Medir las aspiraciones

El problema que se nos plantea es catalogar bien las aspiraciones que emergen delante de nosotros. Unas son rápidas, como estrellas fugaces en un cielo raso que pasan y desaparecen. Otras se fijan en la mente y ponen su nota inmóvil y agazapada, que consolida la aspiración. Las metas juveniles llegan a hacerse realidad si somos capaces de apresar el esfuerzo y concretarlo en una dirección precisa. En las aguas de los ríos se pulen las piedras, pierden sus aristas y se transforman en cantos rodados. La vida con su maestría otorga al querer su condición, meta que merece la pena. Siempre flota cerca del ser humano la tentación de abandonar la meta, cuando la dificultad arrecia y uno percibe que no puede seguir en la lucha. El que tiene voluntad consigue lo que se propone, a pesar de las mil peripecias por las que pasamos.

placeholder Foto: Unsplash/@scottbroomephotography.
Foto: Unsplash/@scottbroomephotography.

En el deseo, la seducción es la que manda. A partir de ahí se pone en marcha la inclinación, que va a intentar saltar por encima de muchas cosas para acceder al objetivo. Pensemos en el deseo de conocer a una persona que nos resulta bella, atractiva e interesante, a la que hemos visto casualmente y que despierta en nosotros una cierta urgencia de saber quién es, a qué se dedica, qué tipo de vida lleva… Buscamos personas cercanas a ella para que nos la presenten y, mientras tanto, la imaginación va fabricando un perfil de esa persona, con los escasos materiales de que disponemos. La primera vez que uno está con ella se bebe sus palabras y explora sus gestos con minuciosidad de entomólogo, saboreando su conversación. El deseo de profundizar en esa relación, que puede llegar a ser muy importante para uno, toma el mando de todas las iniciativas, deslumbrado por ese algo misterioso y especial en donde el enamoramiento puede brotar en cualquier momento. En el querer manda la voluntad y la motivación. A partir de ahí sale lo mejor de uno mismo.

La vida necesita tanto de la pasión como de la paciencia.

El hombre clásico es aquel que describe la corriente de un río desde fuera. Hay una cierta distancia entre el sujeto y aquello que se pretende estudiar. Esa distancia hace que la observación del río sea más objetiva, más fría y desapasionada. Aquí se gana en imparcialidad, pero se pierde en cuanto al calor de la vivencia.

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