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El éxito y el fracaso, esos dos perfectos impostores
  1. Tener perspectiva
Dr. Enrique Rojas

Tener perspectiva

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El éxito y el fracaso, esos dos perfectos impostores

El primero es un resultado feliz, el segundo muestra que algo se ha torcido. Los dos tienen un precio, y muchas veces se aprende más de lo que sale mal. Las personas que valen son las que saben levantarse

Foto: Foto: EFE/EPA/Yoan Valat.
Foto: EFE/EPA/Yoan Valat.

Se habla más del éxito que del fracaso, y creo que ambos tienen muchas zonas comunes.

El éxito consiste en el reconocimiento social de haber logrado un cierto nivel en algún aspecto concreto de la propia vida. Tiene unas notas esencialmente públicas. Se vive con alegría y es el resultado feliz de algo importante que uno lleva entre manos.

El fracaso nos presenta la otra cara de la moneda: algo esencial para uno mismo se ha torcido y ha tenido una conclusión negativa. Es una experiencia generalmente más bien privada.

El hombre es un animal descontento. Cualquier análisis que hagamos sobre nuestras cosas es inevitable que arroje cierto balance negativo

Ahora bien, conviene no perder de vista que el hombre es un animal descontento. Cualquier análisis que hagamos sobre cómo van nuestras cosas es inevitable que arroje cierto balance negativo, pues muchos proyectos no llegan a buen puerto simplemente por falta de tiempo, porque la insistencia en su realización ha sido insuficiente o por los muchos avatares que tiene la existencia.

Pero el éxito y fracaso son dos grandes impostores. Muchas veces, para llegar al éxito hay que pagar un precio tan alto que puede llevar a la incoherencia o a venderse al mejor postor. Y, por otra parte, el fracaso puede esconder una lección fructífera si se le sabe dar la vuelta al argumento. El fracaso enseña lo que el éxito oculta: la capacidad para crecerse en los obstáculos y no darse uno por vencido.

Saber levantarse

Los psiquiatras sabemos que el fracaso es necesario para la maduración de la personalidad. La vida humana está tejida de aciertos y errores; consiste en un juego de aprendizajes. Por lo general, enseñan más las derrotas que los triunfos. Hay derrotas triunfales a las que envidian algunas victorias. De ellas puede uno tomar buena nota y volver a empezar.

La vida es un bracear de uno mismo con la realidad y las adversidades. La patria del hombre son sus ilusiones; somos sobre todo porvenir, futuro, anticipación. Nos pasamos la vida pensando en el día de mañana, y esa es la nota clave de la felicidad: lo que aún no ha llegado a nosotros y esperamos ardientemente. Pero tener ilusiones significa capacidad para no desalentarse, para no desesperar.

placeholder La nadadora Teresa Perales, ganadora de 27 medallas en seis Juegos Paralímpicos y Premio Princesa de Asturias de los Deportes 2021. (EFE/Eloy Alonso)
La nadadora Teresa Perales, ganadora de 27 medallas en seis Juegos Paralímpicos y Premio Princesa de Asturias de los Deportes 2021. (EFE/Eloy Alonso)

En el revés brota el desaliento y, con él, la posibilidad de abandonar la meta y darse uno por vencido. En la otra orilla está la contrapartida: el tesón, la insistencia y la voluntad rocosa, cueste lo que cueste. Volver a las pequeñas contabilidades personales: aquí y ahora mucho, me esfuerzo, insisto, me niego a que me arrolle la marea y estoy dispuesto a ser como una fortaleza.

Me interesan los perdedores que han sabido asumir su derrota y han podido levantarse y empezar de nuevo. Es grande ver a un hombre crecerse en esas lides. Si persevera con voluntad juvenil en esta meta, su personalidad se volverá recia y compacta, sabiendo descubrir, por debajo de la tempestad que ensordece y del viento contrario vibrante y amenazador, su rumbo claro y su pretensión de seguir bregando en lo pequeño.

Foto: Foto: iStock. Opinión

Así se inician los hombres de vuelo superior, que no son los que siempre vencen, sino los que saben levantarse, aquellos que tienen la capacidad de reacción, que saben aprender, anotar, fijarse bien en los hechos y distinguir lo que es importante de lo que es accesorio.

Sufrimiento y voluntad

La vida enseña más que muchos libros. Abrir bien los ojos y tener una cierta capacidad de síntesis es fundamental. Un hombre así está siempre ardiendo. Es muy difícil poder con él; incluso en los peores momentos cuenta con un rescoldo latente debajo de las cenizas que le empuja a guerrear, a seguir en la brega, a volver a empezar. Si el sufrimiento es la forma suprema de aprendizaje, la voluntad es la llave que hace que nuestros sueños se conviertan en realidad.

Si somos artesanos de nuestra vida diaria, si somos orfebres de la propia travesía, cuando se presente la hora de hacer cuentas con nosotros mismos, el balance personal será siempre ascendente, porque habrá habido espíritu de superación: retos y afanes vigorosos, resistentes al desaliento y fuerza ante la adversidad. Un hombre vale y se mide por su capacidad para desestimar y relativizar las batallas perdidas, con la mirada puesta en las metas e ilusiones trazadas. Sin pesimismos paralizantes.

El pesimista se queja del viento, el optimista espera que cambie y el realista ajusta las velas.

Se habla más del éxito que del fracaso, y creo que ambos tienen muchas zonas comunes.

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