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Las falsas promesas de las dietas de 'desintoxicación' y el gimnasio en enero
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Miguel Ángel Martínez-González

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Las falsas promesas de las dietas de 'desintoxicación' y el gimnasio en enero

El 80% de la población reconoce que se ha empachado en las pasadas fiestas. Ahora, todos locos por perder peso espoleados por falsos mensajes: no es tan sencillo. Se logra sin atajos

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No sirve decir “he ganado peso, voy a ir al gimnasio”. No hay que engañarse, hay que comer menos: el mensaje que no le interesa a la industria alimentaria. Podemos controlar con nuestra libre voluntad el 100% de los ingresos de energía en el cuerpo, pero en los gastos, como mucho, solo el 60-70%. En 'Salud a ciencia cierta' (Planeta, 2018), predico sin complejos la dieta CLM -comer la mitad-. Para perder peso hace falta fuerza de voluntad, empeño, decisión libre, control y autodominio. Enseñorearse de uno mismo, empoderamiento, meditación, mindfulness. Libertad frente a los instintos.

Tenemos una necesidad imperiosa, que es la de formar personas sabias (homo sapiens) y no animalescas. Pero esto parece cada vez más difícil en una cultura dominada por un materialismo atroz. Se acabó la Navidad y el 80% reconoce que se ha empachado. Ahora, todos locos por perder kilos. Pero sin saber cómo. La falaz propaganda de dietas detox y dietas milagro hace su agosto en este mes de enero.

"El reto de superar la obesidad no es solo fisiológico, sino cultural: hay que superar el hedonismo"

La población mundial explota de adiposidad. La gran pandemia del siglo XXI no es el zika ni el ébola. Es la obesidad. No hay precedentes de patología tan ubicua en la historia de la humanidad. Lo raro hoy día es que alguien esté en su peso normal y saludable. Hay más de 650 millones de obesos en el mundo. Se han multiplicado por 6 desde 1975. En 2030, el 60% de la población mundial y el 80% de la población española tendrá sobrepeso u obesidad. El exceso de peso se cobra cuatro millones de vidas humanas año tras año. Los sistemas sanitarios se enfrentan a una crisis inimaginable, que puede acabar por extinguirlos.

Recojo el dicho de Einstein: “El inteligente resuelve problemas, pero el sabio los evita”. Es mejor prevenir que curar. Pero algo falló en la prevención de la obesidad. El reto de superar la obesidad no es solo fisiológico, sino cultural. Una cultura consumista y hedonista tiende a explotar. Pero abundan los complejos y lo que falta es decisión, valentía y radicalidad para confrontar en sus raíces ese profundo déficit cultural. Y seguimos hablando de genes y de moléculas, mientras constatamos lo mal que los especialistas en prevención y salud pública hemos hecho nuestro trabajo durante las últimas 3 décadas.

El homo sapiens ya no es sabio

Donde más se ha investigado en genes y moléculas supuestamente culpables de esta pandemia es en EEUU. Pero la realidad es que, mientras tanto, las tasas de obesidad mórbida en EEUU se han elevado sin parar y hoy están entre las más elevadas del mundo, 10% en mujeres y 7% en hombres. Eso significa que uno de cada 13 norteamericanos ya es candidato a cirugía bariátrica, ¿dónde ha estado el sabio?, ¿dónde se ha escondido el defensor de la salud pública?

Jordan Peterson, en su best seller '12 reglas para vivir' (Planeta, 2018), explica que un lobo cuando atrapa a una oveja puede engullir 20 kilos de carne de una sentada. El hombre primitivo, cuando cazaba un mamut, lo devoraba así, como el lobo. Se empachaba y se encontraba mal. Poco a poco, se fue haciendo más inteligente. ¿Y si ahumo la carne y guardo un poco para luego? Después, fue más inteligente todavía y pensó: ¿y si lo reparto con mis amigos? Incluso, ¿y si lo reparto dándoles más a ellos y me quedo con un poco de hambre? Así, después me ayudarán a mí si lo necesito. El ser humano pasó de ser animalesco a convertirse en homo sapiens. Mi denuncia en 'Salud a ciencia cierta' es que el homo sapiens parece que ha dejado de alimentarse sabiamente en el siglo XXI. Los excesos se pagan. No todo es darle gusto al paladar cada vez que apetece.

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Sabemos que la composición de la dieta ayuda. En muchos países, simultáneamente a la explosión mundial de la obesidad (desde 1990 hasta ahora), se ha ido recogiendo durante décadas una información epidemiológica abundantísima y de alta calidad. España ha destacado en este contexto con las aportaciones del proyecto EPIC-España, la cohorte SUN (Seguimiento Universidad de Navarra) y, sobre todo, con el gran ensayo multicéntrico PREDIMED (“PREvención con Dieta MEDiterránea”). He tenido el placer y el honor de participar, junto con otros magníficos colegas de muchas universidades españolas, en dos de estos tres grandes proyectos. Los tres coinciden en demostrar con las mejores pruebas científicas posibles que la dieta mediterránea que seguían nuestros abuelos es el modelo ideal para confrontar los graves problemas derivados de la pandemia de adiposidad sin precedentes (diabetes, enfermedad cardiovascular, depresión, demencia, cáncer de mama y otros relacionados con la obesidad).

"Se mantienen recomendaciones nutricionales anticuadas, como reducir todo tipo de grasa, que no es correcto"

La dieta mediterránea ideal es relativamente rica en grasa (de aceite de oliva), pero baja en carnes rojas y procesadas, con poco consumo de lácteos enteros, y evita los dulces, galletas, pasteles, bollería industrial, bebidas azucaradas y cereales refinados. Es rica en grasa porque se usa para todo aceite de oliva virgen extra. También incluye frutos secos abundantes, que son muy grasos, pero beneficiosos.

Lamentablemente, en algunos países occidentales, todavía se siguen manteniendo recomendaciones nutricionales anticuadas, que propugnan erróneamente reducir todo tipo de grasa. No es correcto. Hay grasas buenas (aceite de oliva, pescados grasos, frutos secos) y grasas malas (bollería industrial, aceites de palma, grasas animales, mantequilla, nata, helados). Deben distinguirse.

Bulos y desinformación

Surgió una fake news hace pocos días. Se afirmó que el Ayuntamiento de Londres iba a prohibir la publicidad de aceite de oliva en el metro por equipararlo a la comida basura. Era un bulo, no lo van a prohibir. Pero la autoridad de salud pública británica sí que mantiene que se debe reducir al mínimo el consumo de aceite de oliva (aunque admite que el aceite de oliva es mejor que otras grasas). De ahí surgió esta tergiversación.

Hemos estado regalando (para ellos y sus familias) un litro a la semana de aceite de oliva virgen extra a 2.500 participantes del proyecto PREDIMED con el consejo de consumirlo abundantemente. Eran similares en todo a los participantes de otro grupo control del mismo tamaño, a los que les recomendábamos una dieta baja en grasa. Al cabo de cinco años, la pérdida de peso fue ligeramente más favorable en los que recibían el aceite. No hay mejor demostración. Por eso, en los últimos tres años, en EEUU se está recomendando cada vez más la dieta mediterránea y las clases altas la están adoptando. Aquí pasa al contrario. Parece que nadie es profeta en su tierra, pero hay que seguir en la brecha. No me canso ni me cansaré de insistir: no hay dieta mediterránea sin su característica esencial, la frugalidad.

No sirve decir “he ganado peso, voy a ir al gimnasio”. No hay que engañarse, hay que comer menos: el mensaje que no le interesa a la industria alimentaria. Podemos controlar con nuestra libre voluntad el 100% de los ingresos de energía en el cuerpo, pero en los gastos, como mucho, solo el 60-70%. En 'Salud a ciencia cierta' (Planeta, 2018), predico sin complejos la dieta CLM -comer la mitad-. Para perder peso hace falta fuerza de voluntad, empeño, decisión libre, control y autodominio. Enseñorearse de uno mismo, empoderamiento, meditación, mindfulness. Libertad frente a los instintos.

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