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Senescencia celular: las células que se convierten en 'zombis' y nos envejecen
En el proceso de envejecimiento son múltiples los factores que participan. Junto con la inflamación crónica y la epigenética, este es el 'nuevo' término que ahora va ganando fuerza
Desde que nacemos empezamos a envejecer. Es una afirmación cruda, pero realista. El paso del tiempo es inexorable y poco a poco nos alejamos de ese estado inicial o punto cero. Y a ello contribuyen multitud de factores, siendo clave nuestro estilo de vida para acelerar o ralentizar ese deterioro de nuestras funciones.
Las teorías iniciales del envejecimiento consideraban que este estaba determinado genéticamente (senescencia programada) o provocado por el estrés oxidativo (teoría oxidativa), que haría que, como una barra de hierro a la intemperie, la 'herrumbre' se acumulara en nuestras células. Es el precio a pagar en forma de radicales libres, a cambio de obtener energía a partir del oxígeno y la combustión de los nutrientes.
La teoría del envejecimiento
Con el avance de la ciencia, la teoría del envejecimiento se centra en la acumulación de daño en las células. En la actualidad, además del estrés oxidativo que, sin duda, es un factor importante, no podemos olvidar otros. La inflamación crónica es uno de los más importantes, y que ahora sabemos es factor común del envejecimiento y de las enfermedades más prevalentes.
Las alteraciones epigenéticas son también otro de los factores vinculados al envejecimiento, y de las que hemos hablado con frecuencia recientemente. Desde el desarrollo de los relojes epigenéticos que permiten determinar con precisión la edad biológica hasta terapias epigenéticas que pueden rejuvenecer o incluso paliar algunas enfermedades.
Senescencia celular
Junto con la oxidación, la inflamación y los cambios epigenéticos, otro factor que agrupa toda una serie de alteraciones es la senescencia celular. Las células pueden sobrevivir, suicidarse o entrar en senescencia. El equilibrio en estos procesos asegura la homeostasis del organismo. Los procesos de supervivencia y muerte celular han sido ampliamente investigados, pero no tanto el estado de senescencia.
Este término fue acuñado por primera vez por Hayflick en 1961, autor más conocido por su famoso límite de Hayflick, que establece la edad potencial máxima en 120-130 años atendiendo al número de divisiones que puede realizar una célula y que viene determinada por el acortamiento de los telómeros en cada una de estas divisiones.
A diferencia del suicidio o muerte celular, denominado apoptosis, y que tiene entre otras funciones eliminar aquellas células no viables, la senescencia es un proceso en el que las células quedarían en un estado 'zombi'. Estas células se caracterizan por haber detenido su ciclo celular, por presentar daños en sus estructuras, tener un metabolismo alterado y por secretar toda una serie de sustancias a su entorno.
Curación de los tejidos
La senescencia celular no es perjudicial por sí misma. Como sucede con la inflamación, tiene una función fisiológica cuando sucede de forma aguda, para la curación del daño en tejidos o para la inhibición tumoral. Pero si se prolonga en el tiempo y se cronifica, se asocia a envejecimiento acelerado y peor salud, como sucede con la inflamación crónica.
Tenemos datos que confirman la presencia de un número elevado de células senescentes, asociado a diferentes enfermedades. Se ha observado cómo la presencia de células dañadas se vincula a alteraciones como la sarcopenia, las cataratas o la lipodistrofia, y cómo eliminar estas células en modelos de estas enfermedades aumentaba la supervivencia. O la aterosclerosis, donde se sabe que una de las señales que actúa como gatillo para el proceso de formación de las placas de ateroma es la senescencia celular. La eliminación de esas marcas de senescencia mejoraba las lesiones y atenuaba la aterosclerosis.
El papel del sistema inmune
El organismo es capaz de eliminar las células senescentes, pero el envejecimiento hace que nuestro sistema inmune pierda esa capacidad paulatinamente. Es la pescadilla que se muerde la cola, ya que las células senescentes a su vez aceleran el envejecimiento. Y lo hacen porque son capaces de segregar toda una serie de sustancias que, entre otros, favorecen la inflamación en el entorno. Estas células zombis son capaces de sobrevivir a ese entorno hostil que ellas mismas generan, ya que han sido capaces de anular su entrada en muerte celular.
¿Qué podemos hacer para reducir la carga de células senescentes en nuestro organismo? Como sucede con la inflamación o la edad epigenética, los buenos o malos hábitos dejan huella. Se ha observado que la obesidad, el sedentarismo, o el tabaquismo favorecen la perpetuación de la senescencia. En definitiva, la inflamación crónica, el estrés oxidativo o la senescencia se retroalimentan mutuamente.
Aparte de los hábitos, ¿disponemos de ayudas externas? Desde el año 2005 se ha iniciado la búsqueda de sustancias con capacidad senolítica. De entre ellas, la más conocida es la quercetina, una sustancia contenida en alimentos como las alcaparras, la cebolla o la manzana, a cuya piel confiere el sabor amargo. Otras sustancias son fármacos ya autorizados para otros usos, como el dasatinib, u otros flavonoides como la fisetina.
El mecanismo de actuación de estas sustancias es básicamente el de anular la inhibición del suicidio en las células senescentes. De esa forma, se induce su apoptosis y su eliminación. Como las células zombi tardan semanas en acumularse y los efectos negativos precisan de un volumen límite de células en ese estado, se ha comprobado que ciclos intermitentes son tan efectivos como la administración continuada de senolíticos. Se está probando su eficacia en ensayos clínicos en condiciones tales como diabetes, fibrosis pulmonar, alzhéimer, osteoartritis u osteoporosis.
En definitiva, envejecemos porque nuestros tejidos y sus células envejecen. Cuanto más conozcamos de los procesos íntimos que están detrás de la pérdida de capacidad funcional y celular, mejor podremos diseñar terapias antienvejecimiento. Seguiremos oyendo hablar de la senescencia en los próximos años, un campo con un gran potencial y que esperemos dé sus frutos, como ya lo están haciendo las terapias epigenéticas. Y no olviden no pelar las manzanas, eso sí, lavándolas adecuadamente. Esa pequeña dosis de quercetina de su piel puede que no nos venga nada mal.
Desde que nacemos empezamos a envejecer. Es una afirmación cruda, pero realista. El paso del tiempo es inexorable y poco a poco nos alejamos de ese estado inicial o punto cero. Y a ello contribuyen multitud de factores, siendo clave nuestro estilo de vida para acelerar o ralentizar ese deterioro de nuestras funciones.