Liofilizando
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¿Está la carne llena de antibióticos?
Una de las cuestiones que provocan más recelos cuando comemos carne es la creencia de que está repleta de antibióticos. Esto lleva a muchas personas a pensar que es la causa de las resistencias bacterianas de las que tanto se habla. ¿Realmente es así?
Aunque los antibióticos se descubrieron a finales del siglo XIX, no comenzaron a utilizarse de forma generalizada para tratar enfermedades en humanos hasta mediados del XX, que fue también cuando se extendió su uso en ganadería. En seguida se advirtieron dos efectos inesperados. Cuando eran administrados en dosis subterapéuticas, favorecían el crecimiento de los animales y prevenían infecciones. Esto era especialmente útil en una época en la que se hacía necesario aumentar la eficiencia en la producción, dado que la demanda de carne era creciente. Así, el uso de estas sustancias, junto con otros factores como la selección genética y las mejoras en la alimentación y en la higiene, hicieron posible el desarrollo del sistema de producción intensivo.
Los antibióticos parecían ofrecer muchas ventajas, así que comenzaron a administrarse ampliamente y de forma rutinaria. Con su uso generalizado se hizo cada vez más patente un inconveniente que en la actualidad es muy preocupante: el desarrollo de resistencias por parte de las bacterias, un fenómeno que provoca 25.000 muertes anuales en la Unión Europea. Lo que sucede es que, cuando se utilizan los antibióticos de forma inadecuada (por ejemplo, si no se cumplen los tratamientos completos o si se administran dosis subletales), las bacterias más resistentes sobreviven y posteriormente transmiten esa capacidad a su descendencia, originando cepas inmunes a los antibióticos. Esto, que ya había predicho el propio Alexander Fleming, comenzó a observarse en los años 30 del pasado siglo y desde entonces ha obligado a desarrollar nuevas generaciones de antibióticos.
Dados estos problemas, la Unión Europea comenzó a monitorizar la resistencia a antibióticos en producción animal el año 1999 y prohibió definitivamente su uso como promotores del crecimiento en el año 2006. Es decir, en la actualidad no pueden ser empleados para el engorde de los animales, sino que su uso está restringido al tratamiento de enfermedades, siempre bajo prescripción veterinaria. Además, en caso de ser utilizados, es necesario respetar un tiempo de espera antes del sacrificio para que los animales metabolicen esos medicamentos y no queden residuos en los alimentos en cantidades que pudieran afectar a la salud humana. Para comprobar que así sea, se realizan controles rutinarios en los mataderos, de modo que, en caso de no conformidad, se retiran las partidas implicadas. Esto es algo que ocurre muy pocas veces, ya que generalmente la legislación se cumple en este aspecto. Para hacernos una idea podemos consultar los informes que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publica cada año acerca de los residuos de medicamentos en alimentos de origen animal. Así, en el informe de 2016 se puede ver que, tras analizar unas 123.000 muestras de multitud de alimentos de origen animal en busca de antibióticos, tan sólo 239 (el 0,18%) no cumplían los requisitos legales. Dicho de otro modo, en este aspecto la carne es segura.
En la actualidad, los antibióticos no pueden emplearse para el engorde de los animales
Entonces ¿por qué se habla tanto del abuso de antibióticos y de las resistencias bacterianas?
Existe la creencia generalizada de que las resistencias bacterianas en humanos se producen porque ingerimos antibióticos a través de la carne y de otros alimentos de origen animal. Sin embargo, ese no es el problema. Lo que ocurre es que el mal uso o el abuso de los antibióticos en los animales provoca resistencias en las bacterias que están presentes en su organismo y es la dispersión de esos microorganismos o de sus genes los que provocan problemas en humanos, hasta donde pueden llegar a través del contacto directo con los animales, a través de carne contaminada cruda o poco cocinada o a través de otros alimentos contaminados con bacterias fecales.
Esto especialmente preocupante en España, ya que es el país de la Unión Europea donde más antibióticos se usan en la cría de ganado, concretamente 402 miligramos por cada kilo de carne producido, una cantidad cuatro veces superior a la empleada en Alemania y casi seis veces mayor a la de Francia.
Para entender por qué ocurre esto hay que considerar que los antibióticos pueden utilizarse con distintos fines: terapéuticos, para tratar animales enfermos; metafilácticos, para tratar animales enfermos y en riesgo de padecer la enfermedad, o profilácticos, para tratar animales sanos con el objeto de prevenir la enfermedad. Son estos dos últimos usos, especialmente el profiláctico, los que explican las enormes cantidades empleadas y también son los más preocupan, ya que pueden generar resistencias en bacterias. Por ello, se espera que en un futuro no muy lejano la legislación incluya medidas más exigentes para el uso metafiláctico de antibióticos y prohíba su uso profiláctico. Otras acciones que se proponen en planes estratégicos que ya fueron lanzados hace unos años por las autoridades sanitarias incluyen el control de la venta de fármacos a través de Internet, y la mejora de las prácticas ganaderas y de las medidas de higiene, limpieza y desinfección.
También otros organismos como la Organización Mundial de la Salud lanzan regularmente campañas para concienciar de este problema e informar tanto a profesionales como a la población general. Y es que la resistencia a antibióticos no sólo obedece a las malas prácticas en producción animal. También hay que considerar otras causas, como las deficiencias en el control de infecciones en hospitales, la falta de higiene y, sobre todo, el mal uso y el abuso que nosotros mismos hacemos de los antibióticos. No hay que olvidar que aún hay profesionales sanitarios que prescriben estos medicamentos en exceso y, sobre todo, pacientes que no siguen los tratamientos completos o que se automedican, incluso para tratar de combatir enfermedades de origen vírico, contra las que los antibióticos no tienen efectividad alguna, ya que sólo afectan a bacterias.
Aunque los antibióticos se descubrieron a finales del siglo XIX, no comenzaron a utilizarse de forma generalizada para tratar enfermedades en humanos hasta mediados del XX, que fue también cuando se extendió su uso en ganadería. En seguida se advirtieron dos efectos inesperados. Cuando eran administrados en dosis subterapéuticas, favorecían el crecimiento de los animales y prevenían infecciones. Esto era especialmente útil en una época en la que se hacía necesario aumentar la eficiencia en la producción, dado que la demanda de carne era creciente. Así, el uso de estas sustancias, junto con otros factores como la selección genética y las mejoras en la alimentación y en la higiene, hicieron posible el desarrollo del sistema de producción intensivo.
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