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Los traumas del pasado y su importancia para una personalidad sana
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Dr. Enrique Rojas

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Los traumas del pasado y su importancia para una personalidad sana

El hombre maduro es aquel que ha sabido reconciliarse con su pasado. Ha podido superar, digerir e ir cerrando las heridas mientras dirige su mirada al futuro prometedor e incierto

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La vida necesita talento y capacidad para superar los reveses y traumas que se han ido produciendo a lo largo de ella. La vida es la gran maestra: enseña más que muchos libros, sus lecciones son aprendidas en la falda de los acontecimientos que nos suceden, es menester pasar por sus vericuetos y pasadizos hasta descubrir nuestra ciudadela interior. Mi profesión de psiquiatra me hace adentrarme a diario en la vida ajena; entro de puntillas, sigilosamente, sin hacer ruido a la vez con un enorme respeto. Al avanzar en esa travesía voy descubriendo los diversos paisajes históricos por donde esa persona ha ido pasando.

Es fácil orientar la vida en las distancias cortas, pero solo las personas singulares y de gran solidez son capaces de diseñar la vida para las distancias largas. Para tener esta visión a largo plazo de la jugada existencial, las voluntades débiles emplean discursos y teorías, mientras que las fuertes lo traducen en actos coherentes y positivos. En el mundo antiguo existía la expresión poliorcética, que era el arte de la fortificación en la guerra. La fortaleza es la virtud de los que soportan y resisten.

Los traumas de la vida afectan a los grandes argumentos de ella. Cada uno necesita resolverse como problema. El hombre maduro es aquel que ha sabido reconciliarse con su pasado. Ha podido superar, digerir e ir cerrando las heridas mientras dirige su mirada al futuro prometedor e incierto.

Una herida colectiva

Después de lo que hemos vivido en esta pandemia, ha surgido una herida colectiva. Todos la hemos sufrido de una u otra manera. Hemos sufrido la pérdida de un ser querido, nos hemos visto en la más absoluta soledad, separados de los nuestros, habiendo perdido un trabajo que mantenía a nuestra familia, solicitando ayudas para poder dar de comer a nuestros hijos... Algo que no vivíamos en nuestro país desde hacía un siglo.

Ahora, un año y medio después de ese horror, estamos en proceso de curación, y estamos en la fase de la exaltación del momento, del instante. Tenemos ilusión, entusiasmo, sueños, esperanzas… Volvemos a poner la vista en el futuro. En ese horizonte va emergiendo el proyecto personal. Es la delicia de abrir los ojos y soñar, pero siempre recordando mantener un pie sobre la tierra.

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El arte de vivir consiste en saber que el ser humano es al mismo tiempo artista y objeto de artesanía. Lo importante no es vivir muchos años. Lo esencial es vivirlo satisfactoriamente, con el alma. La vida es plena si está llena de amor y uno consigue poseerse a sí mismo. Ser dueño de sí mismo es pilotar de forma adecuada la travesía que uno ha ido escogiendo, procurando ser fiel a sí mismo y a sus principios.

Vivir con ilusión y argumentos, mirando hacia delante, siendo capaz de pasar las páginas negativas, azarosas, duras, frustrantes, esas que han frenado la marcha o nos han sacado de la pista por la que circulábamos y nos han metido en una circunstancia conflictiva, de retroceso evidente.

La prosperidad está siempre en el porvenir, pero la base debe ser esta: sentirse a gusto consigo mismo, que es condición ‘sine qua non’ para relacionarse bien con los demás. Tener una cierta paz interior, hilvanada en el fuero interno de coherencia e invención. Una mezcla de inteligencia bien compensada con sentimientos positivos, que son capaces de disolver todo aquello del pasado que hiere y pone sobre la mesa lo peor de uno mismo.

La importancia de asumir el pasado

Una personalidad psicológicamente sana es aquella que tiene asumido el pasado (con todo lo que ello significa) y vive instalada en el presente que le sirve de puente colgante para transporte hacia el porvenir. El mañana venidero es aventura y contingencia, tejido de un misterioso secreto que irá sacando lo mejor. También asomará lo negativo, pero el arte de vivir consiste en sacarle a la existencia el mejor jugo posible que se hospeda en su interior; extraerle hasta la última gota del zumo que la recorre por dentro. Retórica del sello propio. Estilo sui géneris. Marca de la casa. Mapamundi de la geografía íntima, recorrido de valles profundos y lomas escarpadas. Expectación y perspectiva.

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El pasado debe servirnos para dos cosas. Como arsenal de conocimientos que se han ido depositando en nuestra biografía y que constituyen ese subsuelo privado de la memoria que se llama experiencia de la vida. Sabiduría silenciosa y elocuente, callada y a voces, que actúa sin nosotros saberlo. Y también nos sirve para aprender en cabeza propia.

Pasado, presente y futuro. Recuerdos, datos e ilusiones. Posibilidades y realidades. Amor por los tres costados. La vida verdadera es un encuentro con lo mejor de uno mismo. Encuadernar la biografía con indulgencia, sabiendo perdonarnos y cerrar sus heridas con suavidad y comprensión. La calidad de las vivencias traumatizantes se mueve entre la forma de reacción por un lado y el terreno psicológico en el que cae por otro. Por eso hay muchas personas que habiendo sufrido mucho han sabido superarlo mediante diversos mecanismos: sublimación, espíritu de lucha y de aceptación de la realidad, mezclada con un deseo de tirar hacia delante a pesar de todo.

La felicidad es la ley natural del ser humano, es como la réplica de la ley de la gravedad: todos aspiramos a ella. Hoy, para bastante gente, la felicidad queda reducida al bienestar, al nivel de vida y la posición económica. Pero la felicidad a la que debemos aspirar ha de ser razonable, no utópica, en la cual el amor, el trabajo y la cultura den de sí al máximo. La felicidad no es alergia al sufrimiento, sino el sufrimiento superado, al sobrenaturalizar los reveses, golpes y ese verse uno zarandeado por la marea negra de la frustración, las derrotas y el árbol genealógico de los Buendía (de 'Cien años de soledad', de García Márquez). Física y metafísica.

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Desde el punto de vista de la temporalidad se puede afirmar que el hombre psicológicamente sano, con un buen nivel de maduración de su personalidad, es aquel que vive instalado en el presente, tiene asumido el pasado y vive esencialmente abierto hacia el porvenir, de ese modo se cierran las heridas…

El tiempo, ese testigo impertinente en nuestra vida, asiste y resiste a los embates de la condición humana.

La vida necesita talento y capacidad para superar los reveses y traumas que se han ido produciendo a lo largo de ella. La vida es la gran maestra: enseña más que muchos libros, sus lecciones son aprendidas en la falda de los acontecimientos que nos suceden, es menester pasar por sus vericuetos y pasadizos hasta descubrir nuestra ciudadela interior. Mi profesión de psiquiatra me hace adentrarme a diario en la vida ajena; entro de puntillas, sigilosamente, sin hacer ruido a la vez con un enorme respeto. Al avanzar en esa travesía voy descubriendo los diversos paisajes históricos por donde esa persona ha ido pasando.

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